“Tendemos a creer que no hacemos el papel de víctima, incluso los que practicamos Meditación y Desarrollo Personal, pensamos erróneamente que ya estamos fuera de este flagelo…”
Pero casi nadie de nosotros lo está. Sigue incrustado en nuestras células, en nuestra sangre, en nuestros comentarios y pensamientos, en nuestras relaciones debido a malas experiencias.
Es una actitud insidiosa, propagada lenta y profundamente a lo largo de toda nuestra vida, instalada en las familias y la sociedad. Nadie está libre de su nefasta influencia.
Toma muchos disfraces. El más trillado es, por supuesto, el de quien está bajo el dominio de alguien (padres, hermanos, jefes, amigos, la pareja, etc.). Lo reconocemos fácilmente. Lo que no vemos es que ésa es una relación interdependiente en la que ambos se necesitan mutuamente.
En realidad, no hay víctima/tirano, sino que estos dos patrones están sujetos a una esclavitud co-dependiente que nos desmerece como personas, pues se complementan.
Tendemos a creer que la víctima no tiene poder, pero sí lo posee: generalmente, obtiene determinados beneficios que cree que no conseguiría sola, la compasión y el apoyo de los demás, el control de las emociones del dominador o tirano a través de un sutil y complejo juego de tácticas y manipulaciones en que ambos se degradan como seres humanos.